En la noche que me envuelve, negra, como un pozo insondable, le doy gracias a los dioses que pudieren existir, por mi alma inconquistable. En las garras de las circunstancias, no he gemido, ni he llorado. Bajo los golpes del destino, mi cabeza ensangrentada jamás se ha postrado. Más allá de este lugar de ira...
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Lo Inefable – Delmira Agustini
Yo muero extrañamente… No me mata la Vida, no me mata la Muerte, no me mata el Amor; muero de un pensamiento mudo como una herida. ¿No habéis sentido nunca el extraño dolor de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor? ¿Nunca llevasteis...
Así fue salvado Wang-Fo – Marguerite Yourcenar
El viejo pintor Wang-Fo y su discípulo Ling erraban a lo largo de los caminos del reino de Han. Avanzaban lentamente porque Wang-Fo se detenía de noche a contemplar los astros, y de día para mirar las libélulas. Iban poco cargados, pues Wang-Fo amaba la imagen de las cosas y no a las cosas en...
Un brazo – Yasunari Kawabata
-Puedo dejarte uno de mis brazos para esta noche -dijo la muchacha. Se quitó el brazo derecho desde el hombro y, con la mano izquierda, lo colocó sobre mi rodilla. -Gracias -me miré la rodilla. El calor del brazo la penetraba. -Pondré el anillo. Para recordarte que es mío -sonrió y levantó el brazo izquierdo...
Harrison Bergeron – Kurt Vonnegut
Corría el año 2081, y por fin todos eran iguales. No sólo eran iguales ante Dios y la ley: lo eran en todo sentido. Nadie era más elegante, ni de mejor aspecto, ni más vigoroso o más listo que los otros. Tal igualdad se debía a las Enmiendas 211, 212 y 213 de la Constitución,...
Casa tomada – Julio Cortázar
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia. Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues...
El Poder de los Nombres -Ursula K. Le Guin
El señor Bajocolina salió de debajo de su colina, sonriendo y respirando con dificultad. Cada resoplido salía disparado por las ventanas de su nariz como una doble bocanada de vapor, blanca nieve bajo el Sol matinal. El señor Bajocolina contempló el cielo brillante de diciembre y sonrió más ampliamente que nunca, mostrando unos dientes blancos...